-¡Pendejo! ¿Cómo que te robaron las alas? -le preguntó su
hermano mayor.
-Psss, es que se me pasaron las copas y me quedé dormido.
–Contestó el jovencito.
-No mames. ¿Qué vas a decirle a mi papá? Te va a cagar.
-Ya ni me digas. Estoy que ni el sol me calienta.
*****
-Están bien chidas, güey. ¿De dónde las sacaste? -le
preguntaron por enésima vez y él, feliz de la vida, comenzó nuevamente a
relatar su “hazaña”.
-Pus me invitaron a una fiesta. En la fiesta conocí a un
chavo bien chido. Tomé, bailé y fajé con él toda la noche. Ya cansados nos
fuimos a un hotel. Ya en el cuarto, con ayuda de ciertas yerbas, exorcizamos el
cansancio. Entonces cogimos una y otra vez hasta –ahora sí- quedarnos dormidos.
Horas después abrí los ojos, los pajaritos ya empezaban a cantar en la calle.
La idea se me ocurrió cuando estaba a punto de despertar al angelito. Lo besé
en los labios a manera de despedida... no me miren así, no soy cursi, lo que
pasa es que estaba guapo el güey. Y tratando de ser cuidadoso para no
despertarlo, le robé las alas.
-¡Qué buena onda! ¿Y no te sientes culpable?
-Nel, si hasta parecen hechas a mi medida, ¿o no?
Y en eso tenía razón. Al adolescente se le veían bien. Unos
se alegraban por él, otros decían que era un gandalla, un ojete. Dos que tres
hasta sintieron envidia, “quién tuviera unas alas así”, pensaban...
*****
A las afueras de un hotel -sobre Calzada de Tlalpan, cerca
del metro Portales- un muchacho se sienta, cada vez con menos optimismo, a
esperar que pase aquel que un día le robó sus alas.
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