Escribe el autor:
La Glorieta es esencialmente un lugar de paso, según muestra
el grueso de sus observaciones y su actividad íntimamente ligada a los horarios
del transporte público. Sin embargo, también la plaza convoca a diferentes
personas que buscan permanecer ahí por algún tiempo indefinido e incluso
apropiarse cotidianamente del espacio. Una oferta de comercios que bordean el
anillo interno de la Glorieta, particularmente, cibercafés, atraen a diferentes
personas que requieren de conexión a internet para realizar diferentes
trabajos, pasar ratos de ocios o concretar encuentros con otras personas.
Jóvenes adolescentes, practicantes de deportes urbanos, parejas, grupos de estudiantes
o compañeros de oficina que se dan cita antes o después de la escuela o del
trabajo y, muy notablemente, miembros de la comunidad Lésbico Gay Bisexual Transexual,
Transgénero, Travesti e Intersexual (LGBTTTI) son algunas de las personas que
libremente concurren en la plaza de forma cotidiana.
Según me cuenta Marcos, él y sus amigos van a los bares gay
de la Zona Rosa y de la calle de República de Cuba en el Centro Histórico.
Salió con uno de “la bolita” en plan de pareja, pero no funcionó. Cuando les
pregunto que cada cuánto tiempo se reúnen en la Glorieta, o si tienen alguna
rutina para verse me responde uno de ellos que lo hacen más de una vez por
semana, que se quedan de ver cada día y se ven los que pueden, los que “caen”.
“¿Cómo ves? Somos glorieteras, mana”, me dice Marcos mientras él y sus amigos
ríen por “jotear”, con un extraño de aspecto extranjero, esto es, haberme dicho
“mana” y referirse entre ellos con un adjetivo en femenino.
Y es que Marcos y sus amigos usan ese término, glorietera, así, en femenino, para referirse a los grupos de adolescentes y jóvenes gay y lesbianas que pasan tardeadas en la Glorieta: platicando, ligando, fumando y, sobre todo “joteando”.
Al pasar por la Glorieta de Insurgentes una tarde entre
semana no es raro encontrar un grupo de cuatro hasta diez jóvenes ensayando
pasos de alguna coreografía al ritmo de la música que emita una grabadora
portátil de alguno de ellos. Para Marcos y sus amigos esas son las glorieteras
que “ya no tienen perdón de Dios”, dicen, mientras ríen. Es decir, jotear se
presenta como una actividad lúdica y hasta en cierto sentido liberadora, pero
siempre bordeando el límite de ser tachado de exagerado cuando se es demasiado
exhibicionista. Los que bailan a menudo también son calificados con cierto
desdén como “titeras”, en alusión a un conjunto de discotecas de la Zona Rosa llamadas
“Cabaretito”, en la que las coreografías son parte de la atracción de la noche.
La tesis completa puede leerse aquí.
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