miércoles, 25 de febrero de 2015

Historias jotas: una de Joaquín Hurtado

Joaquín Hurtado escribe “Crónica Sero” en el suplemento Letra S de La Jornada. Dice de sí mismo (en una entrevista realizada por Alejandro Brito) que se ha metido en el asunto del sida por necesidad y obligación moral. Ha vivido de cerca la catástrofe sanitaria, social, política, económica, cultural y sexual que implica el sida. Ha escrito “Guerreros y otros marginales”, un libro de crónicas urbanas de chavos banda, prostis, locas, soldados, policías y drogos de la ciudad de Monterrey; “Laredo Song” (Fondo estatal para la cultura y las artes de Nuevo León, 1997), relatos con temática homosexual, es en esta antología en la que aparece Señoritas en el Tahúr comidas por los sardos para ser más valientes; y "Crónica Sero", una recopilación de algunas de sus colaboraciones para Letra S. La siguientes son algunas de las declaraciones que ha hecho Hurtado:

“Ya no puedo vivir sin el sida. No sabría cómo dialogar con la vida ni con la muerte.”

“Jamás podré traducir con palabras el vacío que traigo en el corazón y en el alma con la muerte de mis amigos.”

“La mejor vacuna contra el estigma es tomar cada mañana la navaja del autoescarnio y desfigurarme el rostro para que ningún idiota venga y me diga: ‘¡pero qué cara tan jodida traes hoy, ¿no te han avisado de tu muerte?’ Nada me hacen semejantes flores si ya me adorné yo mismo con ellas.”

Señoritas en el Tahúr cuenta la historia de dos chavos de ambiente originarios de Monterrey, pero la historia sucede en la Ciudad de México. Después de salir del Viena victimadas (los protagonistas se hablan en femenino) por un chichifo, deciden conocer El Tahúr “famoso por sus soldaditos y su ambiente extravagante”.


Ya en El Tahúr conocen a unos soldados: “el trabajo ligador fue casi innecesario: ellos traían peores intenciones que nosotras. Nos lo propusieron desde el principio. O sea, acababan de ver a sus novias el día de ayer, y desde que las dejaron instaladas en sus respectivas residencias (eran sirvientas), andaban parrandeando y sólo les faltaba un buen bujero para descargar su fiera hombría militarizada y quedar renovaditos para las chingas que ordenaran los generalotes, en la salvaje jerarquía de la soldadesca.”

Abela, su amiga y los dos soldados (con otro soldado completamente ebrio) salen del Tahúr en busca de un taxi que los lleve a un hotel barato. Finalmente encuentran uno. “Hasta el quinto piso, sin elevador, entre olores a humedad y sudor de ratas. Camas rechinadoras, excusado descompuesto y rebosante de mierda, sin agua caliente, y lechos erizados de resortes como para suicidarse contrayendo el tétanos.”

Entrevista a Joaquín Hurtado: Con el diablo en el cuerpo.

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