martes, 10 de febrero de 2015

INFLUENCIA DEL CINE EN LA VIDA Y EN LA OBRA DE LUIS ZAPATA

¿Necesita Luis Zapata de una presentación? No, pero de cualquier forma la haré:

El narrador y dramaturgo Luis Zapata nació en Chilpancingo, Guerrero, en 1951. Obtuvo la licenciatura en letras francesas en la UNAM. Es autor de Hasta en las mejores familias, Los postulados del buen golpista, Paisaje con amigos, De amor es mi negra pena, La hermana secreta de Angélica María, Melodrama, En jirones, Ese amor que hasta ayer nos quemaba, ¿Por qué mejor no nos vamos?, De pétalos perennes (obra llevada al cine –por Jaime Humberto Hermosillo- con el nombre de Confidencias), La historia de siempre, Como sombras y sueños y, por supuesto, El vampiro de la colonia Roma. En cine ha realizado el cortometraje Regalo de cumpleaños, el largometraje Afectuosamente su comadre y el documental Angélica María frente al mar. Hace tiempo, curioseando en el catálogo de la biblioteca del Colegio de México, encontré el libro Luis Zapata de cuerpo entero, texto escrito por el mismo Zapata.

Se trata de un texto corto acompañado de cinco fotografías. La primera data de 1955 y en ella aparece Luis a los cuatro años, las dos siguientes son imágenes de borradores del texto, la cuarta es de 1958 y en ella aparece Luis en una fiesta escolar, la última aparece en la contraportada y en ella se ve a Luis fumando mientras mira a la cámara. Todas las imágenes lo muestran de cuerpo entero.

En este libro Luis expone la forma en que el cine y el teatro influyeron en su vida y en su obra.


Pocos son los recuerdos lejanos que posee, comienza el libro narrando tres de ellos. En dos de esos recuerdos está presente el cine.

Cuenta que cuando salió de la primaria se sintió feliz: “no porque hubiera sido un pequeño calvario, sino porque eso significaba que cada vez estaba más cerca de convertirme en adulto, lo cual, como se verá después, era mi mayor anhelo, aunque, como también se verá después, por razones completamente frívolas.”

En realidad sus razones no eran tan frívolas, pues el cine no era sólo un pasatiempo: marcó su vida; según afirma, el séptimo arte fue su primer ejercicio de individualidad.

¿Por qué estaba ansioso por convertirse en adulto? Porque al ser niño no todas las películas estaban a su alcance, cosas de la clasificación (curiosamente Zapata afirma haber sido un “niño de amplio criterio”); en cambio como adulto podría ver todas las películas que deseara: “De niño, uno de mis mayores deseos era crecer, no para formar una familia ni para dedicarme en cuerpo y alma a una vocación cualquiera, sino principalmente para ver todo tipo de películas, sin ninguna restricción; de tal manera que, si en esos momentos de frustración cinematográfica me hubieran preguntado ‘Y tú ¿qué quieres ser de grande?’, habría respondido sin pensarlo dos veces: ‘Eso, grande.’ Mi obsesión era tal, que con frecuencia preguntaba a mi papá a partir de qué edad podría ser considerado ‘grande’, es decir, lo suficientemente grande como para ya no seguir sufriendo esas limitaciones humillantes para mi condición de cinéfilo. A los dieciocho años, a los veintiuno, debe haber respondido, quizás a los quince; ‘no tengas tanta prisa por crecer’, me aconsejaba.”

Pero su frustración continuó durante su pubertad. A los 17 años, a pesar de ser “Todo un Adolescente que leía al marqués de Sade”, continuaba siendo víctima de los boleteros “ojetes” que le impedían la entrada a películas “impropias” para su edad. Hasta llegó a disfrazarse de adulto, sin mucho éxito.

Además de ver películas, gustaba de ver los carteles de las películas en exhibición, de aprenderse de memoria la cartelera, de comprar revistas (fotonovelas), y hasta de escribir cartas a sus actrices favoritas, entre ellas Angélica María, “con quien realmente descubrí una temprana vocación epistolar (...) o, mejor dicho, con la secretaria de A. M., como cínicamente me confesó después la propia Novia.”

También gustaba del teatro y de las Caravanas de Estrellas (que llegaban a su ciudad natal), éstas contaban con “la presencia de los artistas, esos generosos extraños que se empeñaban en divertir a un público a veces insensible a sus esfuerzos. Había de todo: rumberas en decadencia, baladistas debutantes, estrellas de comedias rancheras, cantantes de música tropical, cómicos.”

Era un exitoso cazador de autógrafos. “Gracias a las variedades pero también a mis a veces entusiastas cartas, llegué a formar una respetable colección de autógrafos –ya lo dice el proverbio: la ociosidad es la madre de todas las colecciones.”

¿Cuál era una de sus mayores ilusiones? “asistir a un teatro de revista o a un -¡no querías nada!- cabaret de la capital.”

Posteriormente el teatro Blanquita entró con el pie derecho a formar parte de sus fantasías:

“A los pocos días, empezaron a anunciar en las estaciones de radio del Distrito Federal, que en general sólo se captaban de noche, la próxima inauguración del teatro Blanquita y el elenco que integraría su primera temporada: Libertad Lamarque, Resortes, las Hermanas Velásquez, que resultaron cantantes de boleros y no, como ingenuamente había supuesto, las famosas Tere y Lorena, estrellas de cine.”

Asistir al Blanquita le resultó fascinante:

“Esa visita al Blanquita fue mi primera incursión real, nocturna, musicalizada, en el mundo de los adultos: mi nerviosismo, mi excitación, mi apantalle eran seguramente los mismos que sentían los muchachos cuando iban por primera vez a un cabaret de la zona roja: el estimulante placer de una leve transgresión.”

¿Hasta qué punto nos inventamos a nosotros mismos? ¿Hasta qué punto nos construimos a partir de falsos recuerdos? ¿Lo que recordamos se corresponde siempre con la realidad? ¿Por qué recordamos ciertas cosas y no otras? ¿De qué depende la interpretación que damos a lo que “recordamos”?

Luis se hace preguntas similares después de haber relatado la importancia de los espectáculos en su infancia:

“¿Por qué se volvieron tan importantes en mi niñez los espectáculos, principalmente el cine? Quizá porque así lo decidí de manera un tanto arbitraria, desde mi edad adulta, al privilegiar ese tipo de recuerdos sobre los otros. ¿Y por qué?, ¿qué imagen de mi infancia pretendo ofrecer a los demás, pero sobre todo a mi mismo? Tal vez la de un niño que, en lugar de vivir, sueña, elabora fantasías desvinculadas de su realidad inmediata y escoge una perspectiva romántica para ver y enfrentar la vida. ¿Soy, pues, deshonesto ante mi propio pasado en la medida en que lo invento? ¿Trato de justificar a posteriori una vocación por lo ficticio que no es otra cosa que la dificultad para adaptarse, la imposibilidad de arraigarse del todo en la realidad? ¿Quiero creer, y hacer creer que mi niñez fue diferente de la de los demás? Quién sabe. Ignoro hasta qué punto el cine en efecto llenaba mis días, y hasta qué punto desplazó otras actividades e intereses.”

Seguramente muchos nos hemos preguntado acerca del momento en que Luis comenzó a escribir, en este texto encontramos la respuesta: comenzó a los nueve años, se trataba de una recreación con dibujos y diálogos de las películas que veía, y de las que no veía pero cuya trama suponía a partir de los tráilers.

Aún siendo niño escribió textos “que estaban a medio camino entre el guión cinematográfico, el libreto teatral y –por decir algo- la novela. Muchos de ellos los he perdido.”

De 1963 conserva “Locura”, obra a la que dos años después le hizo una anotación ingenua: “Esta fue (Sic) una de las Primeras (Sic) novelas que hice. Por eso la guardo como un Recuerdo Especial (Sic Sic).”

De lo que no puede dudarse es de la importancia que tuvo el cine en su trabajo como escritor:

“Casi todos los textos escritos durante mi adolescencia eran concebidos como guiones cinematográficos, aunque sin indicaciones técnicas (...) Quizá se trate de una deformación pero en muchas ocasiones he resuelto pasajes de alguna novela o cuento concibiéndolos de manera cinematográfica. Así, el cine me ha permitido en algunos momentos superar ciertos escollos estructurales, visualizar atmósferas, centrar en un campo de visión las acciones de mis personajes, imprimir cierto ritmo a algunas escenas. Para bien o para mal, el cine ha sido decisivo en mi formación como escritor.”

En 1965 vio en el teatro de los Insurgentes la obra “Sí quiero”, en ella participaban Angélica María y Fernando Luján; Luis comenzó a escribir comedias protagonizadas por parejas recién casadas. He aquí algunos títulos: La cigüeña invisible, Dos a las dos (subtitulo: El hombre y la suegra), Esperando al nene (continuación de la anterior), La cigüela retrasada, Diciembre + 10 = chantaje, Conspiración bebé.

Hacia el final del libro reflexiona sobre su “vocación por la escritura”. Afirma que de niño nunca se planteó la posibilidad de ser escritor, pensaba que sería arquitecto o médico, profesiones realistas.

“¿Cómo tomar en serio una actividad más asociada con el juego y el placer que con el esfuerzo y la chinga cotidiana? (...) Tanto el cine como la escritura no eran más que pasatiempos, que necesariamente debería abandonar después, cuando creciera.”

Afortunadamente Zapata no renunció a esa diversión: “por el contrario, con el tiempo se fue convirtiendo en algo necesario, quizá producto de un deseo infantil de prolongar el juego en la vida adulta, de no dar el brazo a torcer del todo ante la realidad.”

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